—Señora Clotilde, acompáñeme a esta tienda —dijo Angelina cuando trataban de entrar ante que se desabastecieran de comida. La gente se había acumulado como ganado para comprar. Pero las dos patudas y a empujones daban cada paso para llegar al frente del mostrador y pedir sus meriendas.
Yo me vi en la necesidad de ayudar a mi vecina, tierna persona a la que había conocido el mismo día que me mudé a la casa junto con mi familia. Un poco celosa al comienzo, pero con el tiempo pude conocerla más, lo mismo que mi marido y mi hijo. En algunas ocasiones visitaba su casa para tomar el té a esas horas de la tarde, cuando la temperatura alcanza casi los cuarenta grados.
Con el tiempo nos encariñamos con ella y vino a hacer una compañía más en la familia después de que su marido fallecería meses atrás. Ahí, en sus paredes, tenía colgada su historia, una serie de fotografías de la familia y, cada vez que nos reuníamos, me contaba algo de ellos. Tenía dos nietos por parte de su hija que ya no vivían más en España, y que se habían ido a Francia por razones de trabajo. No fue una o dos veces que me di cuenta cuando la miraba a los ojos y el tono de su voz que delataban también su duelo, creo que la soledad la estaba matando de a poco. Sin embargo, yo la invité muchas veces a mi casa, ir de compras y entretenernos en la ciudad cuando se daba la oportunidad. Esta relación desde a poco nos ayudó a conocernos más, y a conocer sus amistades, que no eran muchas. Con el tiempo, cuando la confianza entre mi familia había crecido lo suficiente, comenzamos a verla con más frecuencia en la casa, era como una sensación de adopción.
En el centro de la ciudad, las dos nos dábamos cuenta de que estaba anocheciendo y alcanzamos a comprar una cantidad de latas de comida, polvos de hornear, harina y otras viandas para mantener a una familia por lo menos unos meses. Pusimos toda la comida en la parte trasera del auto de la embajada. Gracias a mi marido, que trabajaba para el Gobierno, privilegio que no muchos tenían.
Cuando estábamos en la última tienda buscando leche en polvo, me vi envuelta en una protesta, de inmediato me separé de Clotilde. La vi desde lejos tratando de ayudarme, gritaba y gritaba que me dejaran en paz, pero no pudo alcanzarme.
Cada paso que daba tratando de explicarle a los militares que yo no tenía nada que ver con la protesta, ninguno quiso dejarme ir, mis brazos en esos momentos estaban totalmente atrapados. Traté muchas veces de moverlos, inclusive mi cuerpo también, pero uno de ellos me pegó en la cara para no seguir moviéndome. Le grité una y otro vez que parara, que no estaba con ninguna revolución o cosa parecida. No hubo caso, todo se había nublado para mí hasta que terminé subiéndome a un camión con otras personas que estaban también detenidas…
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